La pintura telúrica y numinosa de Ultramaro
Sucedió a principios del pasado mes de abril. Deambulaba por el interior de la gran selva yucateca, no muy lejos de la gran pirámide que marca como un hito enorme el comienzo de nuestras exploraciones, intentando documentar una ciudad maya que había estado perdida (y aún lo está en gran medida) en su interior. Allí, gracias a la tecnología, a veces bendita otras odiada, me llegó un mensaje de WhatsApp. Mi amigo Pedro Jiménez, Ultramaro, se comunicaba conmigo gracias a este moderno tam-tam. Me detuve y pedí a mis guías y compañeros mayas que hicieran lo mismo, pararon la marcha, apoyaron los machetes sobre la vegetación y se sentaron rápidamente por donde pudieron. Yo hice lo mismo y me senté sobre un tronco medio podrido de zapote en ese infierno verde casi infinito. Abrí el mensaje y me dispuse a leerlo y a pesar de ser la pantalla de mi móvil un espacio pequeño un color amarillo profundo nubló mi vista. Hacía meses que veía poco el amarillo. El mensaje contenía una foto de un cuadro, era de Pedro aquella obra, no había duda, de un color amarillo dominante con una mujer sedente que me observaba desde los intrincados caminos de la digitalización y por supuesto un pez. El Mediterráneo inundó la verde selva yucateca. En ese mensaje Pedro me pedía que le escribiera un texto para una exposición en la que iba a mostrar algunas de sus obras.
Enseñé la pintura a uno de mis guías y amigo, Andrés, un maya lacandón de las selvas de Chiapas compañero de fatigas en las brechas que íbamos abriendo en lo profundo del bosque tropical buscando vestigios de tiempos pasados. Hombre de una inteligencia natural sorprendente, a la vez racionalista y supersticioso me comentó, casi cerrando los ojos y de forma algo dubitativa, creo que por el amarillo que proyectaba la pantalla: “el que haya hecho esto debe estar loco, debe estar en contacto muy directo con los espíritus, debe ver más allá que nosotros, el amarillo es el color del Sol y de su dios, Kinich Ajau, y hay que tener mucho cuidado con él”. En la selva el color amarillo a menudo indica peligro.
Sentado sobre aquel tronco podrido del zapote empecé a darle vueltas al encargo. Decidí, después de profundas reflexiones, escribir un texto corto, tal como me lo pedía Ultramaro, pero a ser posible intenso, sobre las sensaciones que provocaron en mi sus obras la primera vez que las vi. Eso pensé en mi particular mundo verde…
Conocí a Pedro en una edición de Feriarte hace ya algunos años, de la mano de un amigo común, Enrique Vidal (siempre le quedaré agradecido por ello). Pude disfrutar de la belleza de su stand y sus maestros del gótico, del Renacimiento, manieristas, etc… Lo que esperaba de un anticuario de su experiencia y currículum y del prestigio de su galería. Yo ya sabía adonde iba y no me defraudó, aquel stand parecía y era un templo del arte.
No pasó mucho tiempo y pude visitarle en su galería de Madrid y allí descubrí que aquel anticuario era además un artista plástico. Penetrar en su casa/galería/estudio/templo me colocó inmediatamente ante el espejo de mi ignorancia, bendita “ignorancia” (del latín ignorare, no saber) que nos permite sorprendernos cada día con cosas nuevas y mantener la mente en estado infantil, ansiosa de todo lo nuevo, y yo estoy siempre voluptuosamente abierto a ello. ¿Cómo era posible que yo no conociera la obra de este artista? ¿Quizá no se había mostrado mucho? o simplemente nuestros mundos no coincidían. A partir de aquel momento nuestros mundos ya se mezclan cotidianamente y podemos considerarnos amigos.
Pude ver cuadros y más cuadros y dibujos salidos de la mano de Pedro. Su obra, allí había trabajos antiguos y otros que todavía estaban frescos, es contundentemente expresionista, en el sentido más clásico y alemán del término, deformar la realidad para conseguir una expresión más personal y desde luego más subjetiva. Pedro lo consigue con sus óleos en sus lienzos y sus papeles. No obstante, otra mirada más pausada después de la primera y casi forzada (es difícil escaparse) inmersión en la obra del artista reveló algo, para mí, más importante y profundo, el gesto, que impera en todos sus trabajos, una caligrafía esencial que parte de su facilidad para el dibujo. Informalismo, claro, abstracción y gesto. Figuración en la abstracción. Muy mediterráneo en su temática y en la intensidad de sus luces. Por momentos muy étnico también.
Mi primera impresión, ya que no las conocía, fue de sorpresa. Pensé, están todas en un mismo nivel de calidad, aunque diferentes y a veces muy diferentes, mantenían un alto nivel de calidad plástica. Evidentemente era la obra de un artista consagrado.
Por aquel entonces yo era director de un centro de arte contemporáneo y llevaba casi veinte trabajando con artistas contemporáneos, estaba muy acostumbrado a ver nuevos artistas y tenía el ojo bastante entrenado para discernir obras interesantes de otras digamos menos interesantes. Situé los trabajos de Ultramaro en la categoría de interesantes y enseguida se convirtieron en importantes para mí. Así que pensamos en realizar una gran exposición, una retrospectiva de la obra de Pedro Jiménez y lógicamente un libro-catálogo a su altura. Hoy seguimos en esa idea y más pronto que tarde conseguiremos llevarla a buen puerto.
Richard Burton, el gran viajero, explorador, intelectual y amante de los placeres cotidianos, decía que “todo lo malo es bueno verlo dos veces”, y yo, con respeto, le corrijo. También es bueno ver dos veces lo bueno y eso hice yo con aquellas pinturas y dibujos. No dos veces, quizá quince. Tuve la suerte de verlas competir de manera violenta entre ellas. La galería se había convertido en un palenque, y allí las obras de Pedro fueron ganando la batalla que ocupaba mi mente. No fue una victoria absoluta, no anularon los otros trabajos que se mostraban en las paredes y los suelos de la galería, más bien se fundieron en un abrazo fraternal, a n de cuentas tienen el mismo padre aunque a veces sea adoptivo. Unas las crea y otras las elige. Solamente cuentan otras historias.
No puedo alargarme mucho en el análisis de la obra pictórica de Pedro, no me lo permite el espacio de este breve opúsculo. Pero desearía añadir algo más. Lo que para mí las define y las personaliza, sí, hay gesto, hay abstracción, hay elementos étnicos, muchos son culturales, arqueológicos, mitológicos, pero sobre todo hay dos dimensiones que las de nen sobre otras posibles definiciones. Lo telúrico y lo numinoso.
Telúrico, del latín tellus (tierra), y quizá más aun de su raíz indoeuropea, suelo, piso. Pedro ha practicado con estas obras el telurismo; a oran en ellas, claramente, influencias del suelo o la tierra natal. Pedro ha sido el a sus principios, ha viajado a lo esencial, se ha quedado con lo primigenio, con lo simbólico. Y de aquí al surrealismo el espacio es muy corto. Telurismo, simbolismo y surrealismo. Aquí debería parar yo mi discurso sobre la obra de Pedro. Debería, pero aún no, algo más y acabo.
Numinoso por lo que se acerca a lo divino y lo sagrado. En esencia lo espiritual, lo que no se explica y solo se siente, lo que las dota, a las obras, de misterio. Y Pedro en su intento de comunicarse con el cosmos llega a conectarse con su fondo espiritual. Y yo creo, sinceramente, que lo consigue. También en esta dimensión numinosa a ora el simbolismo y el surrealismo, no puede ser de otra manera, es su forma de comunicarlo. Por tanto, estas dos dimensiones, la espiritual y la terrenal, la numinosa y la telúrica crean, yo lo veo así, la columna vertebral de la obra artística de Pedro. Es difícil interpretarlo sin comprender como actúan estas dos dimensiones en su cerebro y como canalizan su concepción del mundo. Pedro es un pintor con el que hay que hablar. Una tercera dimensión, la plástica, le permite la expresión y la proyección de sus sentimientos hacia los demás, hacia aquellos que queremos mirar y observar sus cuadros y sus dibujos, intentando poder leer bien sus líneas de texto (metafóricamente hablando). En las obras de Pedro siempre hay una historia que se cuenta, que el artista quiere contar. Es bueno mirarlas varias veces.
He observado la obra de Pedro durante horas intentando encontrar un hilo conductor claro, intentando descubrir elementos racionales que me permitan definir su obra en parámetros categóricos, que no admitan objeción o discusión. Pero creo que navego por un mar proceloso, el Mediterráneo clásico, crisol de innumerables culturas todas afines unas con otras a pesar de sus diferencias. Así creo que es la obra de Pedro distinta e igual al mismo tiempo. Muchos recursos pictóricos, muchos mensajes, mucha vida y pasión por el arte y mucha experiencia. Como él me recuerda, persigue el inconsciente colectivo, el que conceptualizó Jung. Con Grecia y Roma como algo esencial y el mundo mediterráneo como escenario privilegiado para sus narraciones pictóricas.
Hay mucho de escultórico en los trabajos de Pedro. Están implícitas, las esculturas, en muchas de sus creaciones. Y para explicarme recurriré a Baudelaire, que entendía al artista contemporáneo como un viajero, siempre a la busca de las impresiones fugaces, plenas de vida y color, pura intensidad e ilusión. Baudelaire se inclinaba decididamente por la pintura, más “espiritual” que la escultura, decía, en la medida que embutía la brutal realidad tridimensional en la ficticia e imaginativa bidimensionalidad. No hay mejor espacio para situar a Pedro y a su obra.
Baudelaire, en uno de sus capítulos más mordaces y críticos con la escultura, Por qué la escultura es aburrida de su obra Salón de 1846, explicaba que la escultura era esencialmente un arte antimoderno, en parte por su positivismo brutal y en parte por su naturalismo primitivo. Se refería a la escultura clásica, cuya definición histórica se había ido configurando a través de la estatua ideal, con sus proporciones ideales, su serena quietud, su inexpresividad congelada, su moralidad pomposa y, sobre todo, su aire intemporal, estos ídolos de piedra le resultaban insoportablemente anticuados este teórico de la modernidad. En las pinturas y dibujos de Pedro siempre hay presencia de ese clasicismo grecolatino. Esculturas bidimensionales sin su pedestal, convertidas en algo excéntrico a cualquier antropocentrismo, figura, proporción o espacio. Y así las obras telúricas, numinosas y simbólicas de Pedro encajan en esta concepción contemporánea anti-estatuas. Se apoyan en el suelo, nos narran cosas de la tierra, son esenciales, primigenias, espirituales y sobre todo son intemporales.
Pero Pedro va más allá, convierte el espacio pictórico en un lugar con un enfoque narrativo múltiple, tal como en la literatura conviven en este tipo de novelas o relatos varios personajes que se alternan en el texto, en los espacios pictóricos, llamémosles “multinarrativos“ de Ultramaro se supera la bidimensionalidad forzada por el plano pictórico hasta alcanzar una pluridimensionalidad onírica, surrealista. Conviven varias narraciones cada una en su dimensión casi sin mezclarse.
Me gustaría acabar con unas palabras del propio artista que por provenir de él tiene un valor significativo en la ardua labor de entender su obra, la de un artista “pluri”: plurifacético, pluridisciplinar, poliédrico, complejo, espiritual, culto, amigo. Dejemos que hable él:
Estamos en un espacio propio, con unas soluciones pictóricas espaciales que me permiten una gran libertad a la hora de componer los cuadros. Es una ruptura con la perspectiva lineal renacentista y aérea. Los relatos o los elementos configuradores se entrelazan a diversos niveles pero se conforman como relatos múltiples, conformando una pluralidad iconográfica de diversos niveles, creo que se muestran con la libertad de los sueños, con una configuración espacial similar. Esta expresión plástica rompe también con la unicidad del relato, con la lógica del mismo. Es una pintura de pluri dimensionalidad narrativa y espacial. Surrealismo Multidimensional, esta definición engloba todos los aspectos antes señalados.
Respondí a mi amigo Andrés, el maya lacandón: “Efectivamente, Pedro está tocado por esa maravillosa locura beatífica que lo convierte en un gran artista. Libertad creativa y un enorme deseo de investigar, de arriesgarse y de exponerse”. Me miró, sonrió, seguramente pensó que yo era otro loco, hizo un gesto a sus compañeros para que le siguieran y continuó su camino, nuestro camino, hacia el interior del bosque verde, allí donde aún hay cosas nuevas que ver. La selva parece un poco más amarilla desde entonces.
Miguel López
Arqueólogo, fotógrafo, curator, diseñador, biógrafo de Ultramaro